
A veces, los mejores viajes, como este a Cuenca, nacen de una idea improvisada.
De un día cualquiera en el que decides subirte al primer tren que salga y dejar que la vida elija el destino.
Así comenzó esta historia: sin mapa, sin rumbo, pero con la certeza de que hay lugares que solo se descubren cuando no los planeas.
No siempre las escapadas hay que hacerlas con una exquisita planificación. Madrid es un gran centro neurálgico de actividad económica en España y eso hace que, desde todos los rincones del país, tengamos que ir en más de una ocasión para cumplir con algún compromiso. Pero hacer turismo de ocio aprovechando esos desplazamientos a la capital de España es de mis manías favoritas.
Un día le añadí el ingrediente perfecto; la sorpresa. Un destino elegido de una manera fácil y divertida. Así que antes de cerrar el día e irme a la cama me pregunté;
- ¿Hacia dónde voy mañana sábado?, ¿Castilla-La Mancha?, ¿Castilla y León?.
- Algo rápido, cerca, nuevo… donde dejarme llevar.
- ¡Lo tengo!. Iré a primera hora a la estación de Atocha y me subo al primer tren que salga. Ahí decidiré mi destino.

Cómo llegué a Cuenca
De forma espontánea y totalmente improvisada, la suerte me llevó a Cuenca, la ciudad alta. Una ciudad con apenas 55.ooo habitantes y considerada de las más antiguas de España. Sumergirte en ella es descubrir los vestigios que tiene de su historia. Con huellas de la era del Paleolítico, su dibujo arquitectónico es una mezcla entre la era romana, la musulmana y la cristiana. Se pueden apreciar cada uno de estos estilos en cada rincón.
A tan sólo cincuenta minutos en AVE desde la estación de Atocha de Madrid, Cuenca es un buen plan para pasar un día de escapada. Atrévete a vivir la aventura de ir a donde no esperabas y descubrir la sensación de un chute de dopamina, que nos anima a seguir buscando placer y despierta nuestra motivación.
Qué ver en Cuenca en un día
Una vez llegas a la Estación de Cuenca-Fernando Zóbel, te planteo una ruta que te permitirá descubrir el Casco Antiguo e histórico de una ciudad castellanomanchega; la Ciudad Alta de Cuenca.
Cuenca es una pequeña, pero muy atractiva ciudad. Amurallada, como casi todas las de origen medieval. Su nombre tiene un origen que proviene de la palabra árabe Qunka, una fortaleza construida tras la conquista árabe. …La ciudad histórica de Cuenca forma parte de la lista de lugares declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, desde 1996. Su curiosa localización, encarnada en lo alto de un promontorio abrazado por las hoces de los ríos Huécar y Júcar, tuvo tanta importancia como el extraordinario valor patrimonial del casco histórico de la ciudad.
El hecho de estar rodeada por dos ríos tuvo sus ventajas desde el punto de vista defensivo, ya que la ciudad está protegida por sus hoces, que suponen obstáculos naturales.

El Parador Nacional
Comencé mi día en el Parador Nacional de Cuenca, que se asienta en el antiguo convento de San Pablo, totalmente restaurado, y que en su entrada tiene una de las mejores vistas del principal icono de mi destino; las “Casas Colgadas de Cuenca”. A los conquenses no les gusta lo de “Casas Colgantes”, porque nunca se han llamado así.
Este imponente antiguo convento, construido en 1523, fue sede de los dominicos en la ciudad. Cuenta con estructura gótica y decoración renacentista. De hecho, en su interior encontramos una pequeña iglesia gótica. Hoy día convertido en parador, si tienes la suerte de alojarte allí, podrás disfrutar de las visitas guiadas y de su restaurante de gran calidad gastronómica. En él puedes disfrutar, en su patio interior, de un desayuno en un entorno totalmente histórico. En mi caso, como no me alojé, disfruté de un vermut mientras me deleitaba con el escenario en el que lo estaba saboreando.
Además, en sus alrededores encontrarás varios miradores para observar esta bella zona de la ciudad.

Puente de San Pablo
Al salir del parador bajé y crucé el puente de San Pablo, en el que las parejas anclan un símbolo de eternidad en forma de candado. Adentrado en su estructura de hierro tipo Eiffel, propia de la época, hay quien siente algo de vértigo, pues su esqueleto de hierro, construido por José María Fuster y Tomás, y erigido por George H. Bartle, permite que, a tus pies, y entre las ranuras donde pisas, se aprecie la altura del precipicio.

Desde aquí vamos a poder tomar la foto más típica de la ciudad. Este puente que permite cruzar el Río Huécar por la parte más alta, gracias a sus 60 metros de altura, fue construido en hierro y madera en el año 1902, y reemplazó a otro antiguo de piedra, del siglo XVI, que se había derrumbado.
Casas Colgadas, el icono de Cuenca
Desde el puente se pueden divisar las Casas Colgadas, que son el principal reclamo turístico y símbolo de la ciudad de Cuenca.
Al establecerse la Ciudad Alta, llegó un punto en el que la población fue aumentando rápidamente y se quedaba sin espacio para edificar. Estas casas, que por un lado parecen una escultura, y por otro da un poco de reparo pensar en la idea de asomarte a sus balcones en volandas, son fondo obligado para una fotografía.
En una ciudad que se eleva hasta los 1000 metros sobre el nivel del mar, estas casas están colgadas de la roca. Fueron construidas entre los siglos XIII y XV, realizadas en mampostería con hermosos balcones de madera que dan directamente al acantilado, y se mantienen en pie como el primer día.
Tienes la posibilidad de visitar tres de ellas por dentro: la Casa de la Sirena y las dos Casas del Rey. La primera, actualmente es un famoso y típico mesón restaurante, y las otras dos albergan un pequeño Museo de Arte Abstracto Español de la Fundación Juan March.. Tiene la peculiaridad de ser uno de los pocos museos del mundo montado y concebido por artistas.

Lo abstracto dentro de lo histórico

Cuenca es una ciudad pequeña pero significativa. Me llamó mucho la atención que, con su humilde número de habitantes, tamaño, y la fuerza con la que se representa su historia antigua en cada esquina, albergue uno de los museos más importantes de Arte abstracto de España con muestras de grandes artistas como Manuel Miralles, Eduardo Chillida y César Manrique, entre otros.
Sorprende lo amplia, abierta y grande que es la casa que lo alberga, ya que desde el exterior parece mucho más pequeña. Tan bello como me resultó su arte abstracto, me pareció la combinación de un lugar histórico con múltiples elementos de carácter contemporáneo en el interior. Desde sus salas me quedaba maravillada con sus obras, pero también con sus ventanales, que dejaban ver parte del paisaje exterior con una verde ladera, creando una nueva pieza digna de observar con calma.
Plaza Mayor
Si subes a la derecha por la primera o segunda calle, desembocas en la Plaza Mayor; un espacio urbano lleno de encanto, organizado irregularmente, casi con forma de trapecio. Me encantan los contrastes, y esas fachadas coloridas de varias de las casas conviviendo con el barroco y elegante Ayuntamiento del siglo XVIII, resultaban una combinación muy atractiva a la vista.

Por la especial configuración de la ciudad, con tendencia a crecer en altura, se aprecia la asimetría y diferencia entre la construcción de las plantas de un mismo edificio. Están incluso torcidas. A pesar de su irregularidad, son coloridas y están bañadas de gran belleza. Sin duda, un punto de encuentro de turistas y visitantes, en el puedes tomarte un aperitivo mientras lo contemplas extasiada.

Dónde comer en Cuenca

De Cuenca hay algunos platos que tuve la oportunidad de probar y que me parecieron deliciosos. Uno de ellos fue el morteruelo, una especie de paté caliente con textura gruesa hecho con una mezcla de carne de cerdo y de caza menor. En esta ocasión, de perdiz y pollo, que son especies naturales y le dan el toque perfecto para combinar con un buen tinto.

En el Mesón El Caserío se tiene la suerte de poder comer a casi cualquier hora, ya que su propietario, Pepe, que es encantador, tiene por norma que nadie se vaya sin comer. Se encargó de que no me fuera sin probar un buen queso curado conquense con leche de oveja, unos aperitivos llamados zarajos con un sabor exquisito y, de postre, alajú; un dulce elaborado con miel, almendras, esencia de naranja, pan rallado y oblea.
Las leyendas de Cuenca
“Los Ojos de la Mora”
Son parte de su historia, su pasado y su presente porque las cuentan y las vives. Uno de los elementos más característicos de Cuenca son los conocidos como “Ojos de la Mora”.
Allá por el año 1200, el amor entre una mora y un cristiano se escondía en un pequeño mirador a los pies de Cuenca. Ella fue empujada a casarse con un hombre árabe y, por eso, con su amor secreto, se citó la noche anterior en una ermita para contraer matrimonio y luego poder ambos escapar. Llegada la noche, este no se presenta, lo que ella interpreta como gesto de arrepentimiento o miedo a las posibles consecuencias. Así pues, la mora, prosigue con su imputado compromiso con el árabe. El día de su boda, le cuentan que el motivo por el que el cristiano no acudió fue porque le asesinaron al descubrir el plan de los amantes.

Entonces, ella huye antes de la ceremonia y se encierra en un convento del que nunca salió. A diario contemplaba, a través de una ventana, el rincón donde se reunía con el amor de su vida. El día que murió, pidió que la enterraran allí mismo, en la ladera de la montaña, lugar de sus furtivos encuentros.
Cuenta la leyenda que, en el lugar donde descansaba el cuerpo de la mujer, una tarde, cayeron dos gigantes rocas, que dejaron al descubierto dos hundimientos que forman la silueta dos ojos detrás de un burka. Desde entonces, los alumnos de bellas artes han pintado una mirada a la que llaman “los ojos de la mora”, porque se dice que cuando cayeron las rocas, la mora se asomó a la ventana como hacía en el convento para divisar ese rincón donde daban rienda suelta a un amor prohibido.
“La Leyenda de la Cruz del Diablo”

Visibles desde una curva del paseo Hoz del Júcar, se dibujan, a la altura del Santuario de Nuestra Señora de Las Angustias, las formas de una mano y una garra. Según cuentan los lugareños, la mano es la de Diego, un soldado cristiano al que se le presentó una bellísima mujer, Diana. Este quedó tan prendado, que se acercó hasta ella para poder contemplar su belleza, quedando espantado al ver que la bella joven tenía patas de cabra. Se dice que la joven era el mismísimo diablo, y que, ante ese horror, el soldado echó a correr hasta la hoz del río, para lanzarse allí.
Esa mano fue una huella que dejó el desdichado en la pared al dar la curva para lanzarse y, a su lado, hay una garra de la que, según la leyenda, era la del diablo en forma de mujer.

Cuenca es un destino que puede sorprenderte. Un rincón en el que respirar historia, saborear gastronomía española, ver arte y perderte un día. Cuando se hacen fotografías, no es raro que aparezcan nuevos matices, otros puntos de vista…, porque cada día es distinto a los demás. Pruébenlo y repetirán. Son opciones que en ocasiones no se contemplan, pero una vez descubierta en soledad, será una gran elección para una escapada bien acompañada.
Cuenca es una ciudad que se deja descubrir sin avisar. Cuando te atreves a improvisar, la sorpresa se vuelve destino.
Si te gusta descubrir destinos con historia y encanto, guarda este artículo o comparte tu experiencia en comentarios. ¿Te atreverías a subirte al primer tren sin destino?
Más información en la web oficial de Turismo de Cuenca.
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