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Todo dicho, nada claro
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Todo dicho, nada claro

Vivimos hiperconectados, pero cada vez nos entendemos menos. Comunicaciones sin contexto, mensajes sin compromiso y un ruido constante que disfrazamos de diálogo.

Vivimos en la era de la hiperconectividad y, paradójicamente, también en la era de la comunicación más confusa, ruidosa e intermitente que se recuerda. Las conversaciones son constantes, pero huecas. Los mensajes se multiplican, pero rara vez se entienden. Nos comunicamos tanto que dejamos de comunicarnos bien.

La escena es cotidiana: alguien te escribe para quedar el viernes. Confirmas. Pero el viernes por la mañana, si no hay otro mensaje que lo revalide, parece que ya no vale. Como si el compromiso tuviera fecha de caducidad de 24 horas. Es la cultura de la reconfirmación continua. Y si hay un silencio intermedio, el plan entra en terreno de nadie. No se cancela, pero tampoco se asume. Flota en una especie de limbo digital.

La nueva jerga del caos

A esto se suma un lenguaje empobrecido y ambiguo. Se envían capturas sin contexto, audios con tono dudoso, emojis que sustituyen ideas completas y stickers que parecen tener más fuerza que las palabras. Se da por hecho que el receptor interpretará correctamente lo que se quiere decir, cuando en realidad, todo queda abierto a interpretación. ¡Y vaya interpretaciones!

No es que hayamos dejado de hablar. Es que hablamos mal. Y lo peor: pensamos que con hablar basta. La escritora Rebecca Solnit dice que «la brevedad es el nuevo silencio». Y es verdad: contestar con un «ok», un «vale» o un emoji de pulgar arriba puede terminar una conversación, pero también dejar una relación colgando de un hilo.

Omnipresencia sin presencia

Nunca habíamos estado tan disponibles y, al mismo tiempo, tan ausentes. Recibimos mensajes mientras estamos en reuniones, respondemos correos mientras cenamos, grabamos notas de voz en el coche, y todo eso lo llamamos comunicarnos. Pero en realidad, no estamos ni aquí ni allá. Estamos en todas partes y en ninguna.

Esto tiene consecuencias. El sociólogo Zygmunt Bauman ya lo explicó con su concepto de «relaciones líquidas»: vínculos que se establecen rápido, se diluyen fácilmente y exigen poco compromiso. En este caldo de cultivo, la comunicación también se ha vuelto líquida. Maleable, efímera, poco confiable.

La ciencia ya lo había advertido

Desde la psicología cognitiva, se ha demostrado que la sobreexposición a estímulos digitales disminuye nuestra capacidad de atención sostenida (Estudio de Microsoft, 2015). Es decir, no es solo que estemos más distraídos: es que literalmente nos cuesta más procesar mensajes complejos. La consecuencia es que todo lo que requiere pausa, elaboración o matiz, se descarta o se malinterpreta.

La neurociencia social también ha identificado que los intercambios digitales sin lenguaje no verbal generan más malentendidos y emociones negativas. El cerebro, sin tono, sin mirada, sin gestos, completa los huecos como puede, y muchas veces proyecta inseguridades propias. Así, lo que era un «te llamo luego», se convierte en «me está evitando».

Del ascensor al grupo de WhatsApp

Hay un elemento clave que se ha perdido: la incomodidad sana de la comunicación real. En el ascensor, en la sala de espera, en la cocina del trabajo… antes era inevitable hablar, aunque fuera del tiempo. Ahora todos bajamos la cabeza y consultamos el oráculo de la pantalla. Y lo mismo pasa en lo digital: se huye del conflicto, se evita el matiz, se calla lo importante y se da vueltas a lo intrascendente.

Consecuencias para lo profesional y lo emocional

En el entorno laboral, esto se traduce en más reuniones para aclarar lo que ya se dijo por correo, en tareas que se retrasan porque «pensé que no era urgente», en equipos descoordinados por exceso de canales y carencia de claridad.

En lo personal, genera relaciones frágiles, amistades que se diluyen porque «no me hablaste más» y una permanente sensación de desconexión aunque hablemos todos los días.

Y ahora, ¿qué hacemos?

Recuperar la comunicación consciente. Apostar por conversaciones completas, contextos claros y mensajes con intención. Preguntar: «¿A qué te refieres?», «¿Nos vemos entonces seguro?», «¿Te sienta bien lo que dije?». Es decir, volver a hablar con presencia y no solo con presencia online.

La tecnología nos dio herramientas maravillosas, pero no exime de pensar. Ni de cuidar. Comunicar no es emitir. Y mucho menos dar por hecho. Que no se nos olvide: todo dicho, pero si no es claro, no sirve de nada.

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1 Comment

  1. HENAR

    «Cuando una cantidad cada vez más grande de información se distribuye a una velocidad cada vez más alta, la creación de secuelas narrativas, ordenadas y progresivas, se hace paulativamente más dificultosa. La fragmentación amenaza con devenir hegemónica
    Y esto tiene consecuencias en el modo en que nos relacionamos con el conocimiento, con el trabajo y con el estilo de vida en un sentido amplio.» Zigmunt Bauman.
    Totalmente de acuerdo. Henar sociologa

    22 junio, 2025 at 2:55 pm | Responder

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