
Creativity
El Manifiesto del Caos
Al principio no había palabras, solo un grito que se estrelló contra un espejo. Ese
espejo, rojo como el fuego y líquido como el tiempo, reflejaba rostros que nunca
existieron. Aquí no hay pasado ni futuro, solo este instante infinito que se
desmorona como cenizas en un tornado.
La ciudad respira, jadea, grita. Sus edificios se desvanecen en un latido de luz. Un
tranvía canta metáforas al cruzar la avenida; sus ruedas chirrían en sol mayor,
desgarrando los nervios del suelo. Bajo las sombras de las farolas, la gente camina
con sus máscaras de carne: ojos vacíos que escupen preguntas al cielo. No hay
respuestas. Nunca las hubo.
Una mujer al borde del abismo lanza una risa que suena a cristal roto. Su risa danza
entre los rascacielos y desciende como lluvia sobre los peatones, que la absorben en
sus pieles sedientas. Cada gota se convierte en un recuerdo olvidado, en una
palabra que nadie pronuncia, en un color que nunca existió.
El lenguaje es una traición, pienso. Las palabras son jaulas que intentan atrapar lo
inasible. ¿Cómo describir el aroma de un sueño? ¿El peso de una ausencia? Me río
de la estructura, la condeno. Yo escribo para destruir, para que las letras vuelvan a
ser gritos, para que cada sílaba sea una explosión que haga tambalear el universo.
Cierro los ojos y el caos se revela: las estrellas son notas musicales suspendidas en
una sinfonía muda, las nubes tienen la textura de la duda, y el suelo vibra al ritmo
de un corazón herido. Todo es verdad. Todo es mentira. Todo es.
